miércoles, 1 de junio de 2016

MEDITERRANEAN EXTREM: LA CRÓNICA

A principios de febrero, mientras volvíamos de vuelta a casa tras rodar dos días con la bici de carretera por Castellón, contemplábamos desde la autovía paralela al mar, el interior de lo que es la segunda provincia más montañosa de España. Hablaba con Óscar de lo dura que era esta zona para el ciclismo, acordándome de los momentos vividos en la Gigante de Piedra y en los bonitos puertos que habíamos subido con los amigos de la Unión Ciclista Zaragoza.



Mientras charlábamos me comentó que pronto volvería a esta zona para correr una prueba de tres días por etapas en equipo mixto. Le pregunté por la prueba y me contestó: "Una etapa creo ya tiene 4000 metros acumulados...", rápidamente le contesté: "Puff, en este terreno es una barbaridad. En la Gigante ya te digo que eran unos burros con los desniveles y los kilómetros no pasan".

Quién me iba a decir, que a falta de menos de un mes para la prueba, me llamaría Óscar para ofrecerme la plaza de su compañera Clara Pirla, quien se iba al desierto a correr en la Titan, y no podía asistir. Una oferta para correr en el equipo IberoBike-Vitoria Bikes by Atika en la modalidad de parejas que no pude rechazar, a pesar de que sabía de sobras que no llegaría preparado a una fecha demasiado próxima para mi.



Además, el mes de marzo no acompañó para nada el tiempo y nos presentamos en Castellón sin haber salido ni un kilómetro juntos, y habiendo rodado de corto tan sólo cuatro veces. Así que las dudas por mi parte eran muchas y ninguna por parte de Óscar, que venía de Andalucia Bike Race y la Vuelta a Ibiza y su calidad está más que contrastada.

Primera etapa: Castellón - Morella: 142 km 4400 metros

"La etapa reina"

Salimos desde el centro de la ciudad sin ni siquiera amanecer. Optamos por no llevar luces y los primeros kilómetros se hicieron dificultosos por la rapidez y las complicaciones en los cruces, al no ver bien la pantalla del GPS. Enseguida amaneció sobre un mar de nubes superpuesto sobre el verdadero mar; fue sin dudarlo una de las imágenes más bellas de la prueba mientras subíamos a un ritmo demasiado alto.





Cuando podía mirar el pulso veía que iba muy elevado para una etapa que nos iba a llevar unas diez horas, según lo previsto. Solamente los primeros descensos por sendero me hacían recuperarlo, y así fuimos hasta que comenzaron las subidas más largas, encadenadas con bajadas por sendero muy roto y completamente rellenas de pedrolos.



Las horas pasaban y tuvimos la suerte de ir acompañados por dos castellonenses, que a ritmo continuo, nos iban dando información de primera mano sobre el terreno que bien conocían.



Mi compañero y yo fuimos poco a poco congeniando muy bien; él marcaba la velocidad de subida con su característico pedaleo de pie infinito, y yo me adelantaba en los técnicos senderos y le iba cantando las partes más complicadas.


Finalizaríamos la etapa en las empinadísimas rampas del conjunto amurallado de Morella, en un tiempo de 9 horas y 27 minutos, quedando terceros por equipos y los 50 de la general.




La etapa resultó muy dura y yo la bautice como una 3/4 de la Gigante de Piedra. Salvando los falsos llanos y los pasos de ramblas, el resto habían sido rampas en las que el monoplato de 28 o el doble plato de 32/24 fueron los desarrollos ideales a mover en todo momento. Cero descansos en las bajadas y pasos por los pueblos  por calles en las que la delantera no quiere más que encabritarse.



En Morella el despliegue de la organización fue espectacular, como lo había sido a lo largo de los avituallamientos. Es una organización que cuida al corredor en todo momento y crea un ambiente único. 




Segunda etapa: Morella - Morella: 60 km 1900 metros
"Endurally"

Tras el etapón de ayer, la de hoy fue una sorpresa en forma de recorrido endurero. Morellasingletracks había sido la encargada de diseñar esta etapa buscando los buenos senderos de la "Ainsa de Castellón". 


Mal colocados en la salida, sufriríamos tapones continuos en las primeras sendas. Hoy salíamos junto a los participantes que corrían las dos etapas del fin de semana y enseguida se notaba quiénes llevábamos ya 4000 metros de desnivel en las piernas.


El recorrido fue una sucesión de bucles que buscaba el máximo de sendero, pero con la dificultad justa para no resultar pestoso en una bicicleta rígida.


Atravesamos rincones preciosos de los que apenas pudimos disfrutar, pero en los que se intuía el gran potencial que tiene esta zona para la práctica del enduro.




Ganar 2000 metros de desnivel en menos de 60 kilómetros ya presagiaban que la velocidad media iba a ser ridícula y así lo fue.




Una etapa empañada por la caída de Óscar, en la que rompió el casco, por culpa de un tocón mal recortado, como los numerosos que había en los senderos recién limpiados .





Tercera etapa: Morella - Benicassim: 119 km 2400 metros
"Cadáver sobre ruedas"


La etapa anterior finalizó para mí en una fiesta gastronómica. Comí como un poseso repitiendo todos los platos que ofrecía la organización, y a ello le sumé una suculenta cena, que bien por indigestión o por tomar algún alimento en mal estado, acabó en una noche horrible.


A las cuatro de la mañana no pude más y me levanté de la cama sabiendo que iba a vomitar. El silencio del albergue se rompió con mis arcadas y mientras lo hacía pensé que la Medextrem se había acabado para mi. Volví a la cama silenciosamente para no interrumpir el sueño de nuestros compañeros de habitación y de Pilar y Lourdes que nos acompañaban en las etapas de Morella.  A las cinco y media de la mañana sonaba el despertador, la salida era a las siete y el estómago no admitió comida. Lo intenté, sabía que era necesario pero aún así acabé de nuevo vomitando. Me vestí sin fuerzas y destrozado. Pilar y Óscar me aconsejaron que no saliese pero les convencí que saldría para probar. Tenía la esperanza que tal vez  fuese a mejor y que de no haber tomado la salida me arrepentiría después.


En el trayecto de coche al pabellón, donde guardábamos las bicis, me mareé. Me monté en la bicicleta y subí hacia la meta con todo metido sin sentir muy bien el equilibrio. Sentí que era el momento de guardar la bici y volver al coche. No sé que fue lo que cambió esa balanza de la sensatez a lo absurdo, pero allí se inició el contador al mayor sufrimiento que me esperaría después.


Me comprometí con Pilar y Óscar a retirarme en el primer avituallamiento si seguía igual y así, todavía de noche, tomamos la salida por las bellas calles de Morella. Enseguida comenzamos la primera subida del día pero por suerte fue por asfalto. Cualquier bache me pinchaba en el estómago como si dentro tuviese una caja de alfileres. 
Pedaleé con la cabeza torcida e intenté beber pequeños tragos del bidón de sales. En un pequeño repecho, un eructo acabó convirtiéndose en un vómito encima del cuadro de la bici. Me paré a mitad y mareado me dejé caer en la cuneta debajo de una carrasca. Vomité como jamás lo había hecho antes, hasta el punto en el que lanzaba toda la comida y líquido hasta la mitad del camino y los que venían detrás tenían que esquivarlo... por mi mente se me pasó que en qué lugar había ido a retirarme. Estaba en el culo del mundo, lejos de carreteras y hacía frío. El resto de participantes que me adelantaba me miraba con cara de pena cuando ví que Óscar no estaba; en ese momento se había adelantado y no me ha visto parar. Me incorporé y noté un alivio dentro de mí al haberme librado de cualquier rastro de la comilona del día anterior. Pedaleé la subida de nuevo con alegría. Me noté mejor y ví a Óscar delante que ya bajaba a buscarme. Seguí y adelanté con rabia a alguno de los que ni siquiera me habían preguntado por mi estado. Pedaleamos por unos páramos fríos en los que se sentía la soledad de los Ports y su abandonado territorio. El avituallamiento estaba cerca, solamente quedaba bajar.


Allí nos esperaban Pilar y Lourdes. La cara de mi mujer era de preocupación, me dolía el estómago a rabiar y Óscar ya no me decía nada. Observé el perfil dibujado en el dorsal y ví que el terreno era favorable hasta la primera subida dura del día. Decidí seguir y me pegué a la rueda de mi compañero para que me quitase todo el aire posible y siguiese la navegación por mi. Yo seguía con mi cuello torcido mirando de reojo la pantalla del GPS; el paisaje y todo lo que me rodeaba se envolvía en una penuria. Cuando llegamos a la base de la Sarratella me dí cuenta de lo bajo que estábamos. Comenzamos la subida con rampas brutales en las que Óscar me empujaba y en las que agradecí enormemente llevar mi desfasado triple plato. 
El dolor no iba a menos y alcanzamos un avituallamiento sorpresa. A mitad de una curva y con mucho por subir, ofrecían un plato de jamón de bellota con chupitos de "powerade". La organización era espectacular y Óscar le clavó bien el diente al jamón mientras yo sentía frío y ganas de vomitar de nuevo. Uno de los médicos de la organización (había varios e iban con bicis eléctricas por el recorrido) se percató de mi piel de gallina. Me diagnosticó lo que me pasaba sin decírselo, porque al parecer no era el único al que ayer algo le sentó mal. Le pedí que me diese algún analgésico pero se negó si no me retiraba. Me auscultó la piel y las pupilas y me comentó que no tenía síntomas de deshidratación. 


Continué más tranquilo pero igual de jodido. La pista finalizó en un sendero de luchar que sin dudarlo lo habríamos hecho a cero. En lugar de eso, subí andando con la mirada al suelo. Los kilómetros no pasaban y el sendero en el que acabamos se convirtió en el peor momento de la etapa. No era capaz de controlar la bici y bajé muchos tramos a pie. En ese momento oí una voz familiar por detrás, era Chus, un buen amigo de Castellón que se sorprendía de verme tan atrás. Oí a Óscar decirle que hoy no era yo, y cuando me rebasó me dio ánimos. Un apoyo que junto a los de otro médico que nos comentó que íbamos sobrados en el horario de corte, y que bebiese líquido en lugar de sales, serían cruciales. Me dije a mi mismo que iba a acabar, era solo cuestión de horas.


En el segundo avituallamiento del día nos esperaban Pilar y Lourdes de nuevo. Habían tenido que sacrificar su día de playa por mi encabezonamiento preocupadas por mi salud. En este pueblo mi estómago aceptó la coca cola y dos lonchas de jamón de york. Sería el único alimento sólido que comería en toda la etapa. El azúcar de la coca cola fue bien absorbido por mi cuerpo. El dolor desapareció, olía a mar y me fui dando ánimos a mi mismo en silencio. Le dí la noticia a Óscar y pedaleamos sabiendo que aún quedaba mucho. El siguiente avituallamiento y último se hallaba a los pies del Bartolo, en el Desierto de Las Palmas. Un monte que se alza imponente sobre el mar. La última subida del día se encontraba en el kilómetro 100, un puerto de cerca de 800 metros de desnivel que subí sufriendo y con empujones de Óscar. Mi cuerpo no pasaba de 130 ppm a pesar de subir rampas del 22%. No le quedaba nada, llevaba siete horas de pedaleo sin comer y sin apenas beber. Coroné y vi el mar como un gran charco en calma. Las lágrimas corrían por debajo de mis gafas, lo habíamos conseguido. Tocaba bajar todo el desnivel de golpe pero parte seria por sendero. Un sendero delicioso, roto, de tierra roja y espectacular. Un postre inmenso a la Medextrem en el que yo sin embargo, era un cadáver a pedales. Apenas retenía la bici y por momentos pensé que aún no había llegado a meta. Entramos en las calles de Benicassim y una moto de la policía local nos escoltó con la sirena a todo trapo. Cuando enfilamos el paseo marítimo, toda satisfacción y todo el agradecimiento a mi compañero por cuidarme hasta el mínimo detalle fue poco.


En la meta me tumbé en el césped junto a una palmera. No tenía fuerzas, mi cuerpo se había comido todo. Tenía frío, estaba reventado pero feliz. Mis compañeros Pablo y Antonio, de Cruzados BTT, se alegraban de verme. Llevaban ya mucho tiempo esperándonos. Mi ritmo había sido ridículo para esta etapa pero aún así habíamos podido terminar séptimos por equipos. 



Ahora en frío, algunos amigos me preguntan si lo volvería a hacer. Si se hubiese tratado de una prueba de un día, la respuesta es clara: me habría retirado, pero una prueba de tres días brutal, como la Medextrem, con un compañero excepcional, bien mereció pasar el día más duro de mi vida a pedales.

318 kms // 9075 metros // 21h 20´en movimiento. Estas son las cifras de la Medextrem vividas por nosotros. Un carrerón de 10.