jueves, 6 de agosto de 2015

HAYEDOS NAVARROS


Hacía cuatro años que mi amigo Josean no salía de los dominios de Algairén y el Circuitillo Albarcudo. Un tiempo en el que ha estado cambiando pañales como si de un trabajador de una cadena de montaje se tratase. Durante este verano unos cuantos madrugones y salidas a horas intempestivas le han valido para aprovechar el tiempo y recuperar la forma física perdida. Ha vuelto a retomar la bici en un tiempo en el que la industria de la bicicleta ha crecido con la misma rapidez que sus mellizos. Su bicicleta de 26" ya no tiene apenas homólogas en el club y sin embargo sigue bajando y subiendo como el "pepino" que fue antes de la erupción de las 29" y 27,5".


La primera ruta fuera de los dominios debía ser a la altura, y así fue cuando Josean se unió a una ruta por la costa vasca, huyendo del abominable calor de la Depresión del Ebro. Sin embargo, las lluvias nos obligaron a un cambio a última hora a una de las zonas más bellas del Pirineo Navarro. Una ruta nueva para nosotros y bien conocida por nuestro guía local JavitoBike.


Tras bajarnos del coche, en lo más alto de uno de los puertos de la Comunidad Foral, el cambio del tiempo no pudo ser más brutal. Pasábamos a unos 17ºC que no veíamos desde comienzos del mes de mayo y una humedad típica del otoño navarro. Rampones brutales con tramos hormigonados nos pusieron rápido las pilas mientras la humedad y la niebla nos iban calando.


Llegaron los tramos de sendero dentro de los mágicos hayedos de la zona. Son paisajes de ensueño en los que hoy todo resbala y te hacen amoldarte a ellos como un escalador a una roca que le es totalmente diferente. En escalada deportiva siempre se decía que un buen escalador debía serlo en todo tipo de roca, y aquí en la BTT ocurre algo parecido. Los dispares terrenos sobre los que rodamos en nuestra geografía nos dan riqueza en lo técnico. Ciclar por senderos desérticos a extremadamente húmedos en tan apenas 100 kilómetros de coche, creo que no ocurre en ningún país del mundo. 



Mientras Javito nos recordaba la mala suerte de vernos mermados de las vistas por culpa de la niebla, nosotros nos sentíamos afortunados por vivir la magia de la misma, en un bosque tan espeso que impide la entrada de la luz solar hasta nuestro sendero apenas dibujado entre la hojarasca.



La vuelta al valle donde iniciamos la ruta nos introdujo en la frontera francesa. Hoy esa niebla no distingue de lineas ni culturas. Las vacas que surgen como arte de magia lo saben bien cuando pastan en estas praderas en las que los ganaderos franceses y españoles poseen pactos de pastoreo desde hace centenares de años.




Coronado el collado la niebla se transformó en lluvia y rápidamente nos tiramos ladera abajo sin importarnos el barro y el agua.  



Un día especial en el que a Josean, sin estar en su mejor golpe de pedal, no le importó en absoluto compartir ruta con Javito y conmigo. Dan igual los horarios y los ritmos en rutas como ésta. Solamente estar en lugares como los hayedos navarros en un día como hoy bastan para olvidarse del mundo real.