lunes, 5 de diciembre de 2016

25 ANIVERSARIO: 3 BICIS 3 RETOS

En septiembre de 1991 compré mi primera bicicleta de montaña. Una Orbita de acero con Shimano 400 que costó 65.000 pesetas en Ciclos Albacar. Era la época del aterrizaje del deporte de la BTT en España y en mi caso, se convirtió también en mi medio de transporte. No nos bajábamos de la bici en todo el día, sin ni siquiera darnos cuenta que estábamos practicando actividad deportiva alguna. Era pura diversión e ilusión, y ahora 25 años después, esa alegría inicial sigue viva, ha crecido y ha madurado. He acabado practicando tres formas diferentes de ciclismo: carretera (quién me lo iba a decir), Maratón BTT y el mal llamado Enduro. Tres modalidades para tres bicicletas totalmente diferentes.


Este año que ya pronto acaba, comenzó con la idea de hacer solamente una prueba. La Pedals de Foc Non Stop era el objetivo. Una ultramaratón de BTT que tenía en mente nada más acabar la Gigante de Piedra, el año pasado. Sus 220 km y 6200 metros de desnivel me obligaban a salir aun cuando no tuviese ganas de ello, y eso en mi es importante, ya que la constancia en los entrenos no es mi punto fuerte y enseguida le pego a más palos de los que puedo abarcar. Además, el hecho de apuntarme con mi hermano era una motivación extra. Fuimos sumando kilómetros y compartiéndolos en la distancia a través del Strava. Poco a poco se aproximó la fecha y las predicciones meteorológicas fueron las peores. Mucha o demasiada información climatológica circulaba por las redes sociales al coincidir la fecha con la Quebrantahuesos. Dos días antes incluso nevaba en las cotas que pasaba la carrera a pesar de ser ya 16 de junio. Tras meditarlo y conociendo el Pirineo decidimos que no íbamos. Una decisión así, es dura y desilusionante. Llegó el día de la prueba y vimos que por suerte para nuestros amigos, que sí habían decidido ir, el tiempo no fue tan malo pero no un regalo. Más de la mitad de los inscritos no nos presentamos en la salida y solamente 170 acabaron el recorrido en categoría Non Stop. La desmotivación se adueñó de nosotros y mi hermano enseguida fijó otro objetivo; la Era Roda Non Stop.  140 kilómetros y 5200 metros de desnivel. Unas cifras muy atractivas para el estado de forma que habíamos cogido. Mi hermano no tardó en apuntarse y yo lo haría más adelante y así surgió la idea de los tres retos para cada modalidad practicada.
Vamos con el primero:

 MARATÓN BTT: ERA RODA NON STOP 23 DE JULIO DE 2016
140 KM 5200 M



De nuevo una ruta en el Valle de Arán con una relación de desnivel acumulado por kilómetro que enseguida me ilusionó de nuevo. Sin embargo, llegada la fecha no me lo podía creer. La previsión amenazaba con lluvia y así fue en todo el camino hacia este valle que ya es maldito para mi. Durante la noche el sonido del agua corriendo por nuestro tejado abuhardillado no me dejó pegar ojo. Para mi mismo pensé que si descargaba con tanta fuerza, menos lo haría por la mañana. 



La salida a las 6.30 de la mañana  no vislumbraba muchas esperanzas de día. El primer puerto subiendo por la estación de esquí de Baqueira Beret nos hizo rápidamente entrar en calor a golpe de rampones de plato pequeño, o 28 en el caso de los monoplatos que montaban los compañeros del CC Fraga. Las nubes bajas no nos dejaron opción de disfrutar del valle y la pantalla del GPS era más que obligatoria para seguir un recorrido, que siguiendo la tónica de las ultramaratones no estaba marcado.



El frío de las cotas altas provocó que apareciera de nuevo el fantasma de los problemas estomacales. No iba cómodo y sólo la compañía de mi hermano y sus amigos me hicieron olvidar un posible abandono.



En una de las bajadas Joaquín pinchó rajando la cubierta. Tras media hora de inventos, cámaras cortadas y bridas pudimos continuar la prueba y seguir sumando bloques de mil metros de desnivel. Es curioso como una prueba así la fraccionas en la mente en subetapas y en horas. Cuando mi hermano quería subir de ritmo no hacia falta más que recordarle que por mucho correr no íbamos a llegar antes de las seis o las siete de la tarde. La medición en horas es más práctica que en kilómetros.





A medio día el sol se levantó por encima de las nubes del valle y rodamos por caminos y senderos que ya conocía de la Pedals d´Occitania. Conforme subía la temperatura mejor me encontraba y poco a poco devorábamos los kilómetros en ambas orillas del Garona.



En la penúltima subida del día y cuando ya llevábamos 4000 metros de desnivel acumulado un fuerte clón se oyó en la rueda trasera. Paré pensando en que se había partido un eslabón de la cadena, y en lugar de ello, me dí cuenta que había roto un radio. Nada importante pensé, rueda descentrada y a seguir, pero no fue así. Los pocos radios de la crossmax ST hacían que la rueda rozase con las vainas del cuadro y no había solución. Ahora si tocaba retirada.




Mi hermano quiso abandonar conmigo, a lo cual me negué en rotundo. Faltaban solamente 200 metros para coronar el penúltimo puerto de la prueba y él ya tenía la Era Roda en el bolsillo. Nos despedimos y comencé a andar valle abajo. Viella se veía a vista de pájaro 800 metros por debajo de donde me encontraba. Me tocaba andar unas dos horas hasta llegar a la carretera y me lo tomé con el mejor humor posible. Tras media hora de caminata apareció una moto de carrera. Le propuse ir de paquete y me preguntó que hacíamos con la bici. Enseguida le dije que no se preocupase y echándome la bici al hombro me monté en la moto. El motero no se cortó y comenzó a dar gas pista abajo. Así hasta llegar a la nacional por la que anduve de nuevo hasta el avituallamiento.



Vuelta a la localidad de la salida con resignación de no haber podido terminar, ni bajar esos senderos que tanto presumía la organización, como colofón a las dos últimas subidas. El Valle de Arán me la tiene jugada. Habrá que volver a la Pedals de Foc en 2017.




Mi primera cicloturista de carretera y de nuevo haciendo un tandem con mi hermano Pedro. Cifras idénticas a la Era Roda pero ahora por un impecable asfalto. 



El recorrido de La Purito es un subir y bajar a ambos lados del valle sobre el que se desarrolla Andorra. Consta de seis puertos, de los cuales cuatro son 1ª, un segunda y un especial.




Un recorrido ideal para los amantes de los puertos y a los que como a mi, no nos gusta mucho llanear ni el plato grande.




El primer puerto con unas rampas de hasta el 18% nos dejó bien claros que aquí hay que ir bien sobrado de desarrollo si quieres llevar una buena cadencia media. 




Pasando de una vertiente a otra se sucedieron los puertos en los que las bajadas fueron un recital de paelleras. No había miedo de coger gravilla, ni de volar en los baches, como si ocurre en las carreteras que frecuentamos por Aragón, y así fue toda una suerte aprender de mi hermano y su buena técnica bajando.




Entre puerto y puerto las transiciones se hacían por la archiabarrotada travesía principal de Andorra. Su subida tendida del 5-6 % es lo más parecido al llano que se puede ver en el Principado.
 

Puerto tras puerto nos fuimos dando cuenta que el guardar fuerzas era la mejor estrategia. Els Cortals d´Encamp con cuatro kilómetros de sus trece, al 10% medio y rampas del 12% fueron un postre que salió caro a más de uno. El fuerte calor y la ausencia de sombra hicieron que más de uno aparcase la bici en la cuneta para coger fuerzas.





Acabé mi primera cicloturista de carretera con una sonrisa de lado a lado. Una buena experiencia, y de compañero con quien me metió el veneno de la bicicleta. Qué más se puede pedir.



110 KM -9000M/+4500M



Aparqué el pulsómetro y el cadenciómetro para retomar una bicicleta que llevaba abandonada medio año. Volver a los senderos y a la rueda tocha, después del asfalto, no fue una transición muy rápida. La técnica se pierde igual de rápido que la forma física, y el recuperarla requiere de paciencia. El Circuitillo Albarcudo fue el lugar elegido para entrenar, y en plena sequía sus senderos se encontraban excesivamente sueltos y sin nada de agarre. Apuntados tres miembros del club, a uno de nosotros le pasó factura el Circuitillo. Fisuras en costillas y un buen susto para Gumi, quien tuvo que ceder su plaza a mi compañero Javito de Pamplona.


Para los tres era nuestra primera prueba de Enduro y con la peculiaridad de hacerla en el país vecino. El entorno de Lourdes y el mítico Tourmalet eran el escenario perfecto para una prueba que los franceses denominan Raid y en la que iban a predominar los metros negativos sobre los positivos.


A nuestra llegada el viernes cargamos las bicis en los dos trailers que la organización había preparado. Mientras nosotros cenábamos en Lourdes las bicis de todos los participantes fueron trasladadas al Tourmalet para después subirlas en el teléferico hasta la cima del Midi de Bigorre, en donde partiríamos al amanecer.


En el briefing previo a la salida no entendíamos ni una palabra de francés pero nos quedamos con el concepto de prueba de enduro tradicional. Los tramos cronometrados serían las especiales y el resto enlaces para hacerlos dentro del tiempo de corte.


A las siete de la mañana veíamos levantar el sol por los pirineos más orientales. Nos encontrábamos a casi 2900 metros de altitud y la temperatura era perfecta. 




La salida cronometrada marcaba unos tiempos de separación entre participantes de un minuto y nosotros íbamos seguidos. Decidimos que nos reagruparíamos abajo para hacer los enlaces en equipo y solamente el crono marcaría nuestras diferencias.


El primer descenso fue superior a los 1000 metros de desnivel. Poco a poco los nervios se fueron templando y opté por un ritmo alto pero seguro.


Antes de Bareges y a mitad del Tourmalet un control de la organización me tomó el tiempo y entendí que aquí se acababa la primera especial. Enseguida llego Javito y luego Manolo. Continuamos el descenso alternando pistas y senderos hasta Luz Saint Saveur. Allí comenzaba una dura subida con largos porteos hasta la parte más alta de la estación de esquí de Luz Ardiden.




Nos tomamos la subida con mucha calma e incluso perdimos mucho tiempo arreglando el primer pinchazo que tendría en el día. Aquí descubrimos la exquisita educación de nuestros vecinos franceses. En cuanto nos poníamos detrás de algún corredor con la intención de adelantarlo, no perdían ni un segundo en dar paso y darnos un excuse moi cuando no se habían dado cuenta de nuestra intención.




Desde este collado bajaríamos otros mil metros de desnivel cronometrados desde un control que se hallaba junto al avituallamiento. Un sendero precioso con cientos de curvas de herradura entre bosque, en el que me lancé concentrado y a más ritmo del que debería. Enseguida rajé la cubierta y deje pasar a mis compañeros para que no perdiesen tiempo. Arreglé rápido y pasé a Manolo en una zona de subida en la que no paraba de recuperar tiempo perdido. El siguiente tramo de bajada, empinadísimo, arrancó la mecha y me obligó a meter cámara con la mala suerte de pincharla con un desmontable.






Perdí los papeles por un momento mientras no paraban de pasar todos lo que había adelantado. Al poco tiempo llegó Manolo para tranquilizarme y pasando olímpicamente de la clasificación, me ayudó para poder continuar hasta meta en Cauterets.



La organización no escatimaba en detalles y justo en la meta nos ofreció una comida de Food Truck mientras esperábamos las listas de clasificación. Cuando salieron nuestra sorpresa fue mayúscula. Los tiempos habían contado de principio a fin, y los controles intermedios no eran tiempos de especiales como los de un clásico enduro. Nuestro escaso francés nos había jugado una mala pasada y solamente Javito estaba en un puesto digno para lo que nos habíamos fijado. Mi cabreo fue monumental y ya solamente pensaba en resarcirme en la segunda etapa. Nos esperaban al día siguiente 60 kms y casi 2800 metros de desnivel frente a 5100 metros de bajada.





De nuevo madrugón y traslado en telecabina y telesilla hasta lo más alto de la estación de esquí de Cauterets. 


La segunda etapa pintaba muy dura. El escaso kilometraje y el potente desnivel auguraba grandes porteos y subidas infumables.


Decidí quedarme con Manolo y hacer de gregario para él. Una etapa así no era para tomársela a la ligera y el cansancio del día anterior podía aparecer en cualquier momento.
La primera bajada del día con 1500 metros perdidos fueron sin tregua, muy técnicos y sin descanso. El sendero nos depositó en un valle perdido y espectacular.



Donde las subidas constantes se sucedieron una tras otra, rompiendo todo ritmo posible, hasta que llegamos al gran coco del día.


Dos horas de bici al hombro hasta alcanzar la cima del Pibeste. La gran ladera, en plena solana, nos castigó bien los cuerpos. Superado el collado, la bella localidad de Lourdes ya estaba a vista de pájaro.




Las bajadas hacia Lourdes fueron gloriosas y solamente las excesivas precauciones en evitar caídas y averías les quitaron protagonismo.




Tras varios bucles llegamos al tren cremallera que asciende hasta el Pic du Jer. Aquí en la tarde del domingo comenzaba la tercera etapa de la Pyr Epic. Un remonte en el que Manolo llegó justo de fuerzas, y en el que nuevamente tuvimos una sorpresa. En lugar de ser un descenso puro siguiendo el recorrido de la prueba de la Copa del Mundo de DH, tendríamos que hacer una vuelta por lo más alto de Lourdes. Una "propineta" de 250 metros positivos que hicieron ganarnos bien el ser finishers de este raid. Al llegar a meta, Manolo no pudo contener la alegría de acabar un reto que había supuesto para él, mucho tiempo robado a su familia y a su trabajo para llegar en un buen estado de forma. Para mi fue todo un placer ayudarle a conseguirlo. Un fin de semana que no olvidaré y en el que compartí con dos buenos amigos una experiencia totalmente diferente.


Pyr´Epic 2016 from Alive Mountain on Vimeo.


Acaba un año en el que el dorsal ha vestido mis tres bicicletas, y en las que el reto de acabar cada una de las pruebas que me he inscrito, ha sido todo el premio que he buscado. Pronto empieza una nueva temporada en la que habrá que buscar nuevos proyectos que nos obliguen a nunca parar de movernos.

miércoles, 1 de junio de 2016

MEDITERRANEAN EXTREM: LA CRÓNICA

A principios de febrero, mientras volvíamos de vuelta a casa tras rodar dos días con la bici de carretera por Castellón, contemplábamos desde la autovía paralela al mar, el interior de lo que es la segunda provincia más montañosa de España. Hablaba con Óscar de lo dura que era esta zona para el ciclismo, acordándome de los momentos vividos en la Gigante de Piedra y en los bonitos puertos que habíamos subido con los amigos de la Unión Ciclista Zaragoza.



Mientras charlábamos me comentó que pronto volvería a esta zona para correr una prueba de tres días por etapas en equipo mixto. Le pregunté por la prueba y me contestó: "Una etapa creo ya tiene 4000 metros acumulados...", rápidamente le contesté: "Puff, en este terreno es una barbaridad. En la Gigante ya te digo que eran unos burros con los desniveles y los kilómetros no pasan".

Quién me iba a decir, que a falta de menos de un mes para la prueba, me llamaría Óscar para ofrecerme la plaza de su compañera Clara Pirla, quien se iba al desierto a correr en la Titan, y no podía asistir. Una oferta para correr en el equipo IberoBike-Vitoria Bikes by Atika en la modalidad de parejas que no pude rechazar, a pesar de que sabía de sobras que no llegaría preparado a una fecha demasiado próxima para mi.



Además, el mes de marzo no acompañó para nada el tiempo y nos presentamos en Castellón sin haber salido ni un kilómetro juntos, y habiendo rodado de corto tan sólo cuatro veces. Así que las dudas por mi parte eran muchas y ninguna por parte de Óscar, que venía de Andalucia Bike Race y la Vuelta a Ibiza y su calidad está más que contrastada.

Primera etapa: Castellón - Morella: 142 km 4400 metros

"La etapa reina"

Salimos desde el centro de la ciudad sin ni siquiera amanecer. Optamos por no llevar luces y los primeros kilómetros se hicieron dificultosos por la rapidez y las complicaciones en los cruces, al no ver bien la pantalla del GPS. Enseguida amaneció sobre un mar de nubes superpuesto sobre el verdadero mar; fue sin dudarlo una de las imágenes más bellas de la prueba mientras subíamos a un ritmo demasiado alto.





Cuando podía mirar el pulso veía que iba muy elevado para una etapa que nos iba a llevar unas diez horas, según lo previsto. Solamente los primeros descensos por sendero me hacían recuperarlo, y así fuimos hasta que comenzaron las subidas más largas, encadenadas con bajadas por sendero muy roto y completamente rellenas de pedrolos.



Las horas pasaban y tuvimos la suerte de ir acompañados por dos castellonenses, que a ritmo continuo, nos iban dando información de primera mano sobre el terreno que bien conocían.



Mi compañero y yo fuimos poco a poco congeniando muy bien; él marcaba la velocidad de subida con su característico pedaleo de pie infinito, y yo me adelantaba en los técnicos senderos y le iba cantando las partes más complicadas.


Finalizaríamos la etapa en las empinadísimas rampas del conjunto amurallado de Morella, en un tiempo de 9 horas y 27 minutos, quedando terceros por equipos y los 50 de la general.




La etapa resultó muy dura y yo la bautice como una 3/4 de la Gigante de Piedra. Salvando los falsos llanos y los pasos de ramblas, el resto habían sido rampas en las que el monoplato de 28 o el doble plato de 32/24 fueron los desarrollos ideales a mover en todo momento. Cero descansos en las bajadas y pasos por los pueblos  por calles en las que la delantera no quiere más que encabritarse.



En Morella el despliegue de la organización fue espectacular, como lo había sido a lo largo de los avituallamientos. Es una organización que cuida al corredor en todo momento y crea un ambiente único. 




Segunda etapa: Morella - Morella: 60 km 1900 metros
"Endurally"

Tras el etapón de ayer, la de hoy fue una sorpresa en forma de recorrido endurero. Morellasingletracks había sido la encargada de diseñar esta etapa buscando los buenos senderos de la "Ainsa de Castellón". 


Mal colocados en la salida, sufriríamos tapones continuos en las primeras sendas. Hoy salíamos junto a los participantes que corrían las dos etapas del fin de semana y enseguida se notaba quiénes llevábamos ya 4000 metros de desnivel en las piernas.


El recorrido fue una sucesión de bucles que buscaba el máximo de sendero, pero con la dificultad justa para no resultar pestoso en una bicicleta rígida.


Atravesamos rincones preciosos de los que apenas pudimos disfrutar, pero en los que se intuía el gran potencial que tiene esta zona para la práctica del enduro.




Ganar 2000 metros de desnivel en menos de 60 kilómetros ya presagiaban que la velocidad media iba a ser ridícula y así lo fue.




Una etapa empañada por la caída de Óscar, en la que rompió el casco, por culpa de un tocón mal recortado, como los numerosos que había en los senderos recién limpiados .





Tercera etapa: Morella - Benicassim: 119 km 2400 metros
"Cadáver sobre ruedas"


La etapa anterior finalizó para mí en una fiesta gastronómica. Comí como un poseso repitiendo todos los platos que ofrecía la organización, y a ello le sumé una suculenta cena, que bien por indigestión o por tomar algún alimento en mal estado, acabó en una noche horrible.


A las cuatro de la mañana no pude más y me levanté de la cama sabiendo que iba a vomitar. El silencio del albergue se rompió con mis arcadas y mientras lo hacía pensé que la Medextrem se había acabado para mi. Volví a la cama silenciosamente para no interrumpir el sueño de nuestros compañeros de habitación y de Pilar y Lourdes que nos acompañaban en las etapas de Morella.  A las cinco y media de la mañana sonaba el despertador, la salida era a las siete y el estómago no admitió comida. Lo intenté, sabía que era necesario pero aún así acabé de nuevo vomitando. Me vestí sin fuerzas y destrozado. Pilar y Óscar me aconsejaron que no saliese pero les convencí que saldría para probar. Tenía la esperanza que tal vez  fuese a mejor y que de no haber tomado la salida me arrepentiría después.


En el trayecto de coche al pabellón, donde guardábamos las bicis, me mareé. Me monté en la bicicleta y subí hacia la meta con todo metido sin sentir muy bien el equilibrio. Sentí que era el momento de guardar la bici y volver al coche. No sé que fue lo que cambió esa balanza de la sensatez a lo absurdo, pero allí se inició el contador al mayor sufrimiento que me esperaría después.


Me comprometí con Pilar y Óscar a retirarme en el primer avituallamiento si seguía igual y así, todavía de noche, tomamos la salida por las bellas calles de Morella. Enseguida comenzamos la primera subida del día pero por suerte fue por asfalto. Cualquier bache me pinchaba en el estómago como si dentro tuviese una caja de alfileres. 
Pedaleé con la cabeza torcida e intenté beber pequeños tragos del bidón de sales. En un pequeño repecho, un eructo acabó convirtiéndose en un vómito encima del cuadro de la bici. Me paré a mitad y mareado me dejé caer en la cuneta debajo de una carrasca. Vomité como jamás lo había hecho antes, hasta el punto en el que lanzaba toda la comida y líquido hasta la mitad del camino y los que venían detrás tenían que esquivarlo... por mi mente se me pasó que en qué lugar había ido a retirarme. Estaba en el culo del mundo, lejos de carreteras y hacía frío. El resto de participantes que me adelantaba me miraba con cara de pena cuando ví que Óscar no estaba; en ese momento se había adelantado y no me ha visto parar. Me incorporé y noté un alivio dentro de mí al haberme librado de cualquier rastro de la comilona del día anterior. Pedaleé la subida de nuevo con alegría. Me noté mejor y ví a Óscar delante que ya bajaba a buscarme. Seguí y adelanté con rabia a alguno de los que ni siquiera me habían preguntado por mi estado. Pedaleamos por unos páramos fríos en los que se sentía la soledad de los Ports y su abandonado territorio. El avituallamiento estaba cerca, solamente quedaba bajar.


Allí nos esperaban Pilar y Lourdes. La cara de mi mujer era de preocupación, me dolía el estómago a rabiar y Óscar ya no me decía nada. Observé el perfil dibujado en el dorsal y ví que el terreno era favorable hasta la primera subida dura del día. Decidí seguir y me pegué a la rueda de mi compañero para que me quitase todo el aire posible y siguiese la navegación por mi. Yo seguía con mi cuello torcido mirando de reojo la pantalla del GPS; el paisaje y todo lo que me rodeaba se envolvía en una penuria. Cuando llegamos a la base de la Sarratella me dí cuenta de lo bajo que estábamos. Comenzamos la subida con rampas brutales en las que Óscar me empujaba y en las que agradecí enormemente llevar mi desfasado triple plato. 
El dolor no iba a menos y alcanzamos un avituallamiento sorpresa. A mitad de una curva y con mucho por subir, ofrecían un plato de jamón de bellota con chupitos de "powerade". La organización era espectacular y Óscar le clavó bien el diente al jamón mientras yo sentía frío y ganas de vomitar de nuevo. Uno de los médicos de la organización (había varios e iban con bicis eléctricas por el recorrido) se percató de mi piel de gallina. Me diagnosticó lo que me pasaba sin decírselo, porque al parecer no era el único al que ayer algo le sentó mal. Le pedí que me diese algún analgésico pero se negó si no me retiraba. Me auscultó la piel y las pupilas y me comentó que no tenía síntomas de deshidratación. 


Continué más tranquilo pero igual de jodido. La pista finalizó en un sendero de luchar que sin dudarlo lo habríamos hecho a cero. En lugar de eso, subí andando con la mirada al suelo. Los kilómetros no pasaban y el sendero en el que acabamos se convirtió en el peor momento de la etapa. No era capaz de controlar la bici y bajé muchos tramos a pie. En ese momento oí una voz familiar por detrás, era Chus, un buen amigo de Castellón que se sorprendía de verme tan atrás. Oí a Óscar decirle que hoy no era yo, y cuando me rebasó me dio ánimos. Un apoyo que junto a los de otro médico que nos comentó que íbamos sobrados en el horario de corte, y que bebiese líquido en lugar de sales, serían cruciales. Me dije a mi mismo que iba a acabar, era solo cuestión de horas.


En el segundo avituallamiento del día nos esperaban Pilar y Lourdes de nuevo. Habían tenido que sacrificar su día de playa por mi encabezonamiento preocupadas por mi salud. En este pueblo mi estómago aceptó la coca cola y dos lonchas de jamón de york. Sería el único alimento sólido que comería en toda la etapa. El azúcar de la coca cola fue bien absorbido por mi cuerpo. El dolor desapareció, olía a mar y me fui dando ánimos a mi mismo en silencio. Le dí la noticia a Óscar y pedaleamos sabiendo que aún quedaba mucho. El siguiente avituallamiento y último se hallaba a los pies del Bartolo, en el Desierto de Las Palmas. Un monte que se alza imponente sobre el mar. La última subida del día se encontraba en el kilómetro 100, un puerto de cerca de 800 metros de desnivel que subí sufriendo y con empujones de Óscar. Mi cuerpo no pasaba de 130 ppm a pesar de subir rampas del 22%. No le quedaba nada, llevaba siete horas de pedaleo sin comer y sin apenas beber. Coroné y vi el mar como un gran charco en calma. Las lágrimas corrían por debajo de mis gafas, lo habíamos conseguido. Tocaba bajar todo el desnivel de golpe pero parte seria por sendero. Un sendero delicioso, roto, de tierra roja y espectacular. Un postre inmenso a la Medextrem en el que yo sin embargo, era un cadáver a pedales. Apenas retenía la bici y por momentos pensé que aún no había llegado a meta. Entramos en las calles de Benicassim y una moto de la policía local nos escoltó con la sirena a todo trapo. Cuando enfilamos el paseo marítimo, toda satisfacción y todo el agradecimiento a mi compañero por cuidarme hasta el mínimo detalle fue poco.


En la meta me tumbé en el césped junto a una palmera. No tenía fuerzas, mi cuerpo se había comido todo. Tenía frío, estaba reventado pero feliz. Mis compañeros Pablo y Antonio, de Cruzados BTT, se alegraban de verme. Llevaban ya mucho tiempo esperándonos. Mi ritmo había sido ridículo para esta etapa pero aún así habíamos podido terminar séptimos por equipos. 



Ahora en frío, algunos amigos me preguntan si lo volvería a hacer. Si se hubiese tratado de una prueba de un día, la respuesta es clara: me habría retirado, pero una prueba de tres días brutal, como la Medextrem, con un compañero excepcional, bien mereció pasar el día más duro de mi vida a pedales.

318 kms // 9075 metros // 21h 20´en movimiento. Estas son las cifras de la Medextrem vividas por nosotros. Un carrerón de 10.